Gutiérrez de Alba, José María. Impresiones de un Viaje a América. Tomo XI. Regreso a España (Diciembre 1 de 1883 a Febrero 26 de 1884). https://www.banrep.gov.co/impresiones-de-un-viaje/
Don José María Gutiérrez de Alba fue un distinguido escritor y educador español que residió en Colombia desde 1870 a 1884, tiempo en el cual realizó innumerables viajes por todo el país, registrando con detalle lugares y parajes en exquisita pluma. En el Tomo XI de su extenso manuscrito narra el viaje desde la localidad de Concepción, provincia de García Rovira, actual departamento de Santander, donde residió los últimos años oficiando como rector del Instituto Agrícola hasta su regreso a España, pasando por San José de Cúcuta en su ruta a Maracaibo, desde donde se embarcó para su natal España. La obra fue recuperada y digitalizada por la Biblioteca Luis ángel Arango, editada para la Web en forma extraordinaria, presentando no solo los volúmenes del formidable manuscrito, sino sus láminas, fotografías, gráficas, viajes, relatos, detalles del vocabulario y aspectos de análisis que enriquecen y favorecen su disfrute y potencial como fuente para la historia. https://www.banrep.gov.co/impresio…/index.php/inicio/index.
A continuación la transcripción del relato sobre su viaje y estadía en San José de Cúcuta en diciembre de 1883, donde además de sus detalles sobre el estado de la ciudad en su proceso de reconstrucción después del Terremoto de Cúcuta, deja un extenso poema titulado “A CÚCUTA”, no menos descriptivo y rico en su narrativa e imagen que pinta de la urbe en reconstrucción, a la cual compara con el Ave Fénix que se levanta de las cenizas.
SÁBADO 8 DE DICIEMBRE
A las seis de la mañana salimos de Santa María para Cúcuta, acompañados de una de las señoras y el mayor de sus hermanos, hombre sencillo pero de muy buen juicio y de la suficiente instrucción, sobre todo en agricultura, para satisfacer cuantas preguntas se me ocurrió hacerle sobre los cultivos de la localidad y sus productos.
Desde la hacienda a la población habrá unos quince kilómetros. El camino sigue por la falda de las colinas, de igual aspecto y formación que las anteriores, que van a terminar en las vegas del río, cubiertos de numerosos cacaotales, protegidos por la sombra de cámbulos y ceibos y regados por las aguas del Pamplonita, llevadas allí por un cauce artificial desde una larga distancia.
Antes de llegar a Cúcuta vuelven a presentarse al descubierto, y cerca del camino, los estratos dislocados de la roca arenisca que forma la armazón de aquel ramal de la cordillera; pero no ya cementada por sílice como en las cercanías de Pamplona, sino por una sustancia arcillosa con mucho óxido de hierro que da a la mayor parte de los estratos el aspecto y la consistencia del asperón rojo y facilita mucho su laboreo para los trabajos de arquitectura.
A la entrada de la población hay un puente de mampostería con una de sus extremidades formada de maderos. Desde allí empieza ya el poblado y el valle se ensancha hacia el Occidente. Las primeras casas son de aspecto pobre, formadas de madera y barro y están habitadas por las clases más ínfimas. Allí empiezan ya a verse las ruinas de los edificios derribados por el terremoto, y sobre ellas y en cobertizos improvisados viven algunas familias indigentes. Más adelante siguen todavía los montones de escombros que produjo la misma catástrofe, y entre ellos se vuelven a levantar las nuevas viviendas, dando a las calles mayor anchura y construyendo las casas de un solo piso, con maderos entramados y con las condiciones necesarias para que su misma falta de solidez les sirva de garantía contra nuevos y muy probables accidentes.
La ciudad de San José de Cúcuta, muy próxima a los límites de Colombia con Venezuela, está situada en un clima ardiente, de 27 grados de temperatura media y a una altura de 360 metros sobre el nivel del mar. El valle en que se asienta, que forma un semicírculo irregular, es un valle eruptivo. Probablemente siguieron a aquella erupción corrientes poderosas que acarrearon los suficientes materiales para rellenar el hueco que la erupción había dejado, y las aguas continuaron en posesión del valle, convertido en lago más o menos profundo, como lo acreditan las muchas piedras rodadas que por todas partes se encuentran; hasta que roto el dique que las sujetaba, huyeron, probablemente por el cauce actual del río, y el valle quedó al descubierto. Esto mismo se observa en el desagüe de todos los lagos andinos y en la formación de su fondo sedimentoso, convertido hoy en llanuras más o menos fértiles, según que ha sido mayor o menor la fuerza de acarreo de las aguas, antes de haberse consolidado completamente su suelo.
Siguiendo nuestra hipótesis y apoyados en el hecho de que allí se sienten con lamentable frecuencia grandes ruidos subterráneos y temblores más o menos intensos, creemos que a la depresión del valle por su parte superior corresponde una cavidad de la costra sólida del globo por la parte inferior, donde los gases producidos por el fuego central trabajan con ahínco en busca de la salida hacia el exterior, y no pudiendo vencer la resistencia, dirigen su corriente hacia los volcanes más próximos, produciendo a su paso los movimientos sísmicos que de cuando en cuando se notan y amenazando con nuevas y más terribles catástrofes un suelo trabajado tan continua como tenazmente.
Fui a hospedarme al hotel Santander, uno de los mejores de la población, donde recibí la visita de muchos amigos.
Al recorrer las ruinas que se hallan hacia el Sur de la población actual, se ve todavía parte de las paredes de los principales edificios, y aún se distingue la dirección de las antiguas calles entre los escombros cien veces revueltos por la piqueta y el azadón de los que durante algún tiempo tuvieron por único oficio buscar el dinero, enterrado con sus poseedores en la repentina catástrofe (18 de mayo de 1875).
Conservando yo algunas fotografías de la población antigua, pude hacer comparaciones en que la ventaja está de parte de la moderna. En las anchas y rectas calles de que hoy se compone la ciudad, se ven muchas palmeras de coco, tamarindos, mangos y otros árboles que ocupaban antes el interior de algunas casas, y que, con el nuevo trazado, han venido a quedar sin concierto ni orden en medio de la vía pública, conservándolos tal vez en ella por un recuerdo respetuoso. Al pie de uno de aquellos árboles, que nos designaron, se hallaba sentado el padre de una numerosa familia que quedó toda sepultada por el terremoto, salvándose el jefe de ella por aquella casual circunstancia.
Entre los edificios públicos actuales sólo hay tres que merezcan mencionarse: el templo católico, que es de una arquitectura común y sin carácter determinado y que tanto puede servir para templo como para salón de baile; el teatro, que no pudimos ver por hallarse fuera de la población el encargado de las llaves; pero que por el exterior, por su aislamiento y capacidad parece bien apropiado a su objeto; y por último la aduana, que es un edificio de hierro con las condiciones necesarias de comodidad y capacidad, construido en Norte-América y colocado allí por contrato de un particular con el gobierno.
Los alrededores de Cúcuta, excepto por la parte del río, donde tiene el riego de una acequia que del mismo se deriva, son en extremo áridos, y no hay en ellos otra vegetación que algunos espinos raquíticos, cactus espinosos y algunas euforbiáceas enanas, cuyo tipo es el papayo silvestre. En las colinas próximas, donde los materiales de aluvión no cubren el suelo, asoman en posición vertical los estratos alternados de esquistos arcillosos de color plomizo con las vetas de la misma arcilla muy impregnadas de óxido y carbonato de hierro.
La disposición de aquellas capas está indicando lo portentoso de la fuerza que produjo aquel trastorno, fuerza que todavía continúa obrando, aunque en menor escala, y que tal vez anuncia al hombre algún nuevo y terrible movimiento geológico.
A pesar de esto, tan poderosa es la fuerza de la costumbre; tanto el amor al suelo donde se nació y tan irresistible el vínculo de los intereses creados, que los mismos que perdieron allí su familia y una gran parte de su hacienda; los que lograron salvarse de los estragos del último terremoto, por casualidad o por designio oculto de la Providencia, a pesar de los ruidos subterráneos casi constantes y de la trepidación del suelo tan frecuente, edifican sus nuevos hogares sobre los escombros de los antiguos con la indiferencia más estoica y la confianza más completa.
Impresionado yo por aquel cúmulo de circunstancias, que evocaban en mi espíritu ciertas ideas de que hablé a algunos amigos, éstos me rogaron que consignara mis impresiones en una poesía y se la dejara como recuerdo. Entonces escribí la que va a continuación, que fue publicada en un periódico de la localidad y circulada muy profusamente.
A CÚCUTA
Cual sacude su víctima iracundo,
En su febril anhelo,
Con saña destructora,
El tigre que en sus garras la devora,
Y luego, de la lucha fatigado,
Sobre los restos del festín se duerme
Con la boca entreabierta y jadeante,
Y en letárgico sueño sumergido,
Contrayendo sus miembros vigorosos,
Lanza de cuándo en cuándo algún rugido,
Así se agita y rebullir se siente
A tus pies, en el cóncavo profundo,
La inmensa mole de materia hirviente
Que removió tu suelo
Sin compasión ni pena por tu duelo
Y al humano clamor indiferente.
Como el Fénix del mito,
Que una existencia nueva
En la virtud de sus cenizas halla,
Lo cual quiere decir: que en la batalla
Del ser, en lo infinito,
Nada perece y todo se renueva,
Así tú, al mismo tiempo que enjugabas
Con una mano tus dolientes ojos,
Tu hogar con la otra mano levantabas
De tu antiguo esplendor con los despojos.
Tal es la ley que en la creación impera:
Ama el molusco la profunda roca
Por furiosas corrientes combatida;
Los líquenes y musgos,
La cumbre de las áridas montañas
Entre nieves eternas sumergida;
La tostada y ligera
Playa arenosa, el cacto y el espino;
La hormiga laboriosa
Sostiene y no abandona su morada,
Cien veces derribada;
Vive allí placentera,
Y su labor fecunda en nada altera
El peligro constante de un camino.
Halla el lapón encantos en el polo,
En el África ardiente el hotentote,
Y en una árida roca, entre los mares,
O en la falda mil veces sacudida
Del horrido volcán, el que sus lares
Conserva allí, donde nació a la vida:
Cadena poderosa,
Simpatía profunda y misteriosa,
Que a todo ser orgánico sujeta,
Para que no haya un punto, un punto sólo,
Donde falte la vida en el planeta.
Tus anchas calles, el gracioso aspecto
De tus nuevas moradas,
Con antiguos escombros fabricadas,
En que el arte a la par que la hermosura,
Ha buscado más firme resistencia
En la fragilidad de la estructura;
Todo trae doquier a la memoria
Que aquí toda existencia
Es efímera, breve y transitoria;
Que es tan solo el aspecto y no la esencia
Lo que en los cuerpos se transforma y cambia;
Que la madre común cede amorosa
A cada ser lo indispensable y justo,
Para que cumpla su misión divina;
Que ella a nadie prefiere, a nadie escoge;
Que da con mano franca, hasta con gusto,
Y presta a cada cual lo necesario;
Que ni a ruegos ni a dádivas se inclina;
Mas lo prestado sin piedad recoge
De entre los hondos pliegues del sudario,
Tan pronto como el plazo se termina.
En las bellas y múltiples creaciones,
Que del seno de Dios aquí han brotado,
Por más que todo cambie, nada muere:
Es la misma materia, el mismo polvo
Qué vida tuvo en mil generaciones
Lo que en formas distintas agrupado
Nuestros sentidos hiere: El esmalte bruñido
De la blanca, envidiable dentadura,
Que hoy hermosea el rostro más pulido,
Ayer fue parte de una roca dura;
La cal, que en las paredes hoy blanquea,
Fue parte de los huesos delicados
De la doncella linda y pudorosa
Cuya imagen acaso aún nos recrea,
Cuyos restos amados
Fueron con nuestras lágrimas regados
Al sepultarse en la olvidada fosa;
Y lo que ayer sirvió para morada
Del crimen o del vicio,
Oculto en denso velo
O sacado a la luz con fiero espanto,
Tal vez, de la moral en beneficio,
Hoy parte formará del templo santo,
Do el hombre con el alma resignada
Y con piadoso anhelo
Esperanza y amor demanda al cielo.
¡Qué inmenso es tu poder, Dios soberano!
¡Qué acción tan complicada y admirable
La que, a tu voluntad obedeciendo,
Presta tanto detalle a las sencillas
Obras de perfección y maravillas
Que salen de tu mano!
Todo a tu voz se cambia y se trasmuta,
Y todo permanece inalterable.
En vano el hombre escruta
En lo que es por sí mismo inescrutable.
¡Qué pequeña y mezquina es la grandeza
Del espíritu humano,
Cuando todo es para él sombras y arcano!
¿Qué es el ser y el no ser? ¿Por qué escondida
La eterna causa está? ¡Lucha insensata!
¿Cuáles tus leyes son, Naturaleza?
¿Qué es la muerte y la vida?
¡Quién sabe dónde acaba y dónde empieza!
El sutil infusorio,
Que nace y vive y se propaga y muere
En algunos instantes
El hombre, que, por mucho que aquí espere,
Dura muy poco más, desde la cuna
Al lecho mortuorio,
Y el astro, que, en el éter condensado,
Por millares de siglos
Tal vez su vida en el espacio cuenta,
Que súbito a los ojos se presenta,
Cumple la sabia ley de lo creado,
Quizás oculta siempre para él mismo,
Y se pierde del tiempo en el abismo.
Entre el montón de escombros hacinados,
Cien veces por la mano revolcados
De la codicia humana,
Los restos del amigo y del esposo,
Del hermano y del padre
Y los del hijo delicado y tierno
Volvieron ya a su origen misterioso;
Pero el ser que en nosotros juzga y piensa;
Que es, por esencia, indivisible, eterno;
Que por la libertad de su albedrío
O merece castigo o recompensa;
El espíritu, en fin, que se levanta
Y en su místico vuelo,
Admirando de Dios el poderío,
Su inmenso amor y sus grandezas canta;
Ese destello de la luz divina
¿Se habrá también en polvo transformado?
¿Yacerá inerte entre la masa impura
De insensible materia
Donde se hundió su efímera envoltura
De escoria deleznable y de miseria?
Responda el que se sienta conmovido
Por el eco interior que el alma humana
No desoye jamás ni echa en olvido.
Sea cual fuere del hombre la creencia,
En la vejez como en la edad temprana
Todos sienten la voz de la conciencia.
¿Quién dice que ese grito
No proceda de espíritus amados,
Que ya de la materia desligados,
Nuestros actos aprueban o censuran?
Cuando hacemos el bien, en nuestro oído
Parece que las auras vagarosas
Voces de aliento plácidas murmuran;
Cuando hacemos el mal, ronco y violento
Nos parece escuchar hasta en el viento
Ecos de indignación, que nos maldicen
Y en frases temerosas
El castigo tremendo nos predicen.
Si el amor y el respeto algo merecen
De los que van delante,
Abriendo a nuestro espíritu el camino
De otra vida segura y no distante;
Si a ese amor nuestras almas se estremecen,
Y aspiramos a unir nuestro destino
Al de los tiernos y adorados seres
Que recordamos con placer y llanto,
Que desde allí nos miran
Y a nuestro pecho inspiran
Actos de abnegación y de amor santo,
En ser felices con su unión pensemos.
Si todo en la creación se perfecciona;
Si todo aquí progresa,
¿Al hombre, que de Dios la obra corona,
Podrá excluir la universal promesa?
Nuestros altos destinos sobrehumanos
Más pronto alcanzaremos,
Cuanto más nuestro espíritu ilustremos,
Cuanto nos deban más nuestros hermanos.
Aunque deseaba continuar pronto mi viaje, no pude hacerlo con mucha premura por tener que arreglar algunos asuntos interesantes. El cambio de monedas entre Colombia y Venezuela, por donde forzosamente tenía que salir, me obligaba a la pérdida de un veinte por ciento, diferencia enorme, que no consiste en el valor intrínseco de las monedas sino en el capricho del legislador venezolano; las letras sobre Europa no podían obtenerse sino con pérdida de un veinte y cinco por ciento, y aun así, se encontraban con dificultad, por ser escasas las transacciones comerciales. No era otra la razón de hallarse en Cúcuta los negocios tan abatidos. El ínfimo precio del café tanto en Europa como en los Estados Unidos del Norte, por la mucha aglomeración de este producto en los mercados, debido al desequilibrio cada vez mayor entre el producto y el consumo, había determinado en aquella importante plaza una paralización tal, que se dejaba sentir en todas las clases sociales. Mientras el café tuvo elevados precios, afluían a Cúcuta las pingües cosechas no solamente de aquella comarca sino de toda la región del Táchira, en territorio venezolano, y del Norte de Colombia, donde el cultivo del café es la principal fuente de riqueza; pues si bien el cacao, que sale por allí también, para expenderse en Europa con el nombre de Caracas, no deja de dar buenos rendimientos, es casi insignificante en comparación del otro artículo.
Al abatimiento comercial uníase el desaliento producido por una epidemia de fiebres malignas, que habían llevado el luto a muchas familias respetables, y que algunos doctores calificaban de fiebre amarilla; sin embargo, esto no evitaba que algunas noches diesen en las calles algunos escándalos varios jóvenes despreocupados, ni que en los centros más cultos, como el Casino comercial, se reuniese la gente acomodada para pasar el rato en diversiones honestas. La sociedad de Cúcuta tiene ya mucho de europea, o más bien de cosmopolita, en sus costumbres y en su trato: el comercio es casi todo Alemán y los naturales se acomodan muy bien a ciertos hábitos extranjeros; los que visitan la población, si son personas de alguna importancia, son visitados y obsequiados por las gentes más distinguidas, y nosotros tuvimos que agradecer mucho bajo este concepto a las familias de mejor posición social que en ella residen.
Pocas fiestas se celebraron allí durante nuestra permanencia; sólo hubo una de carácter religioso con una procesión, que salió por las calles al anochecer, llevando algunas imágenes, precedidas de música estrepitosa y de disparos de cohetes en tan copioso número, que producían un verdadero aturdimiento. En ella no pudo menos de llamar nuestra atención la ausencia absoluta de personas de las clases ilustradas, que sin embargo concurren con frecuencia al templo, lo cual indica que los actos religiosos de aquel carácter se alejan cada día más de nuestras costumbres, y sólo tienen importancia y encuentran séquito entre las clases más ignorantes, que en todos los países toman por diversión cualquier clase de espectáculo.
Cuando lo tuvimos todo arreglado para nuestra marcha, vino a impedirla un nuevo accidente: una gran avenida del río por donde teníamos que navegar había depositado enormes troncos en su desembocadura al lago de Maracaibo, y el paso estaba obstruido para el vapor que viaja periódicamente entre aquella ciudad y el puerto de Encontrado, en el río Catatumbo, hasta donde suelen bajar la carga tres vapores más pequeños, que navegan por el Zulia, y algunos bongos o ligeras embarcaciones, que son conducidas a remo o a palanca.
A una corta estación de grandes lluvias había sucedido otra de seca; dos de los vaporcitos que debían subir hasta el puerto de Buenaventura, donde pensaba embarcarme, estaban el uno varado en una playa y el otro en viaje de descenso. Sólo quedaba uno, cuya llegada era incierta, y éste no se detendría en el puerto sino el tiempo estrictamente necesario para hacer la carga y emprendería la navegación en el momento en que el agua del río se lo permitiese. Este era el San José, el más pequeño e incómodo de todos, pues hasta carecía de camarotes; y sin embargo, me resolví a aprovecharlo, si subía, y a partir tan pronto como se tuviese en Cúcuta la noticia telegráfica de su llegada. Esta se recibió el día 29 en la tarde; y a pesar de las gestiones de mis amigos, entre los cuales se hallaba el director de la empresa del ferrocarril de Cúcuta al Puerto, que deseaba que me quedase para la inauguración de uno de los trozos de la vía, que debía verificarse el 1o. de Enero, dispuse mi marcha, con el deseo de alcanzar el vapor Maracaibo, que hace la navegación entre la ciudad del mismo nombre y la isla de Curazao cada ocho días, y tuve anunciado mi viaje para el cuatro de Enero.
Gutiérrez de Alba, José María. Impresiones de un Viaje a América. Tomo XI. Regreso a España (Diciembre 1 de 1883 a Febrero 26 de 1884). https://www.banrep.gov.co/impresiones-de-un-viaje/ / http://babel.banrepcultural.org/…/p17054coll16/id/467